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MÁS PROFUNDO QUE EL OCÉANO



Las palabras que arden en los labios de quienes dan la noticia cuando ha partido un ser amado, esas que no se piden que sean dichas, y que ensombrecen con dolor los días de quienes se quedan.


Es tan desafiante enfrentar el dolor que hace sucumbir por los golpes del sufrimiento. Queriendo gritar, se manifiesta el silencio lacerante del corazón de una madre que ha perdido a su hijo. Cada día que pasa sus ojos se tornan estanques oscuros que anhelan ver la luz del hijo ausente, aquel que con sus risas, cariños, travesuras o reproches le enseñó a darle sentido al engranaje de la vida. Ella reclama su presencia.


Un día más que pasa, es un día menos sin él. Volcada en el dolor, deja de ver que tiene otros hijos, que tiene a su pareja, que tiene a sus padres, y que ellos le dan con su presencia otros motivos para qué vivir. Por el momento eso no importa. En ninguna parte se halla, porque le duele verlo en todas partes. Deambula sin ver, sin escuchar, sin sentir el cariño, empatía y compasión de esos otros.


El anhelo de vivir es tan brumoso como el hecho de no aceptar que todo pasa, que ese dolor se convertirá en una cicatriz que marcará con hiel su corazón. Pero ¿cómo explicarle que el sufrimiento es transitorio? Que esas espinas también las tienen las rosas y que llegará el día en que nuevamente florezcan en su jardín y alegren sus días, como el ramo lleno de amor y agradecimiento que le dan quienes aún la necesitan.


Pero para ella, ese dolor la hunde en un dolor más profundo que el océano. Si cada minuto que pasa se debilita su corazón ¿cómo saldrá a flote? ¿cómo se sobrepondrá a la pérdida? Se reprocha no saber cómo enfrentar el miedo a vivir con ese dolor. Su corazón está agrietado, y cada respiro que da, el dolor lo fragmenta más.


Han pasado algunos años y sigue sin entender cómo su corazón ha resistido el andar por las espinas de las fechas que le recuerdan el cumpleaños o la navidad en familia. Con asombro ve que las noches obscuras del alma, siempre fueron acompañadas de enfado y valor. Enfado de que fueran así las cosas y valor para seguir estando para sus otros hijos.


El océano de sus lágrimas, la llevó al puerto de la esperanza, aun navegando con dolor, encontró en sus nietos la veleta del para qué vivir. Las olas la hicieron dejar ir con amor y elegir su próximo muelle.






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© 2025 por María del Consuelo Lozano Moreno

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